domingo, 27 de diciembre de 2015

Y en esas andamos. Recordando la crisis de 1973 para entender la crisis actual

El liberalismo de la segunda posguerra –que alcanzó altas tasas de crecimiento en las economías industriales avanzadas– entró en una fase de crisis a finales de los 60’s principios de los 70’s. En este contexto se consignaron ciertos fenómenos sintomáticos de una crisis de gran envergadura: los desequilibrios fiscales en las economías occidentales (Gran Bretaña, por ejemplo, tuvo que ser rescatada por el Fondo Monetario Internacional en 1975), la descontinuación del patrón oro como base universal de las unidades monetarias, el aumento meteórico de las tasas de inflación y desempleo (cerca del 13 y el 9 por ciento respectivamente), el colapso del valor de los activos (acciones, bienes, ahorros), y en general un hundimiento estrepitoso de las tasas de crecimiento y acumulación. 

La pregunta urgente en ese contexto era básicamente cómo reanudar el proceso de acumulación de capital. 

Cabe recordar que la acumulación no es un capricho de una clase o grupo social: es un imperativo categórico del capitalismo. Sin acumulación de capital las bases del modo de producción capitalista se deterioran irremediablemente. Pero, ¿qué es exactamente un patrón de acumulación? José Valenzuela Feijóo explica: 

“Un patrón de acumulación constituye una unidad o totalidad orgánica, es decir, real. Por lo tanto no se puede explicar por la simple suma de sus partes. No es menos cierto que en cuanto totalidad real, debe responder a cierta estructuración objetiva jerárquica. Y esto es lo que nos debe permitir el hallazgo de su matriz o determinante esencial. En este sentido podríamos ensayar una definición breve que vaya un poquito más allá (o más acá) que la de entenderlo ‘como una modalidad de acumulación, históricamente determinada’. Podríamos por ejemplo, decir que un patrón de acumulación constituye una unidad específica entre formas específicas de acumulación, producción y realización de la plusvalía” (Feijóo, 1990). 

Atendamos entonces “la matriz o determinante esencial”, y la forma específica de “acumulación, producción y realización de la plusvalía” dominante en la presente era. 

El capitalismo (forma general de producción de plusvalía) puede continuar sus ciclos de reproducción con poco o nulo crecimiento, pero no sin acumulación (forma específica de producción de plusvalía). De hecho, el neoliberalismo (unidad específica de acumulación) es un ejemplo paradigmático de este horizonte. Si bien las políticas neoliberales solucionaron parcialmente el problema de la acumulación (sólo parcialmente, pues nunca consiguieron evitar las crisis económicas constantes), en materia de crecimiento estas políticas sufrieron un revés palmario. E incluso allí donde las potencias económicas registraron un crecimiento relativamente alto, la característica dominante de estos casos extraordinarios fue el empobrecimiento. Es un fenómeno económico que se conoce como “crecimiento empobrecedor”, y que refiere a procesos de crecimiento-acumulación marcados por el signo de la centralización de la renta, en claro detrimento de la redistribución. 

El dilema era cómo reactivar el proceso de acumulación en un contexto de escaso o nulo crecimiento, y agotamiento o crisis terminal de un patrón de acumulación otrora exitoso (fordista o pacto corporativo o alianza capital-trabajo). Basta decir que la solución que se alzó victoriosa fue el neoliberalismo: es decir, la solución de ciertas élites económicas. En este sentido, se trató de una respuesta de las clases altas a la crisis. En atención a la esterilidad de la solución corporativista se acudió a la solución neoliberal. Pero naturalmente en beneficio de ciertas élites añejas y otras en ascenso. En efecto, “en cuanto totalidad real” el patrón neoliberal de acumulación es inseparable de una “cierta estructuración objetiva jerárquica”. 

 Si el patrón de acumulación fordista se basó en un acuerdo entre la clase obrera organizada (sindicatos) y el capital, el patrón neoliberal de acumulación se basa, por el contrario, en una radical fractura de esa alianza. La naturaleza de las políticas correspondientes a este patrón revela palmariamente ese divorcio. La flexibilización laboral apunta en esta dirección cismática, al igual que todo el recetario de políticas macroeconómicas consustanciales al ideario neoliberal: políticas monetarias restrictivas, disposiciones fiscales orientadas a gravar el consumo básico, desregulación de los capitales, liberalización de las economías nacionales, privatización de las empresas e instituciones estatales etc. 

Se tiene que insistir: la primacía y triunfo indiscutido del patrón neoliberal de acumulación no fue el resultado de una probabilidad social o científicamente certificada. Fue una decisión cupular, vinculatoria con una “cierta estructuración objetiva jerárquica”, que consistió en la sustitución de las fórmulas aliancistas de la acumulación fordista en franca crisis terminal (producción en masa, estandarización, contratación colectiva, regulación estatal, socialización del bienestar), por otra estrategia en provecho irrestricto de la gran industria, el comercio oligopólico, y especialmente la alta finanza. A decir de Pierre Bourdieu: 

“La globalización económica [o neoliberalización]… es el producto de una política elaborada por un conjunto de agentes y de instituciones y el resultado de la aplicación de reglas deliberadamente creadas para determinados fines, a saber la liberalización del comercio (trade liberalization), es decir la eliminación de todas las regulaciones nacionales que frenan a las empresas y sus inversiones. Dicho de otra forma, el mercado mundial es una creación política (como lo había sido el mercado nacional), el producto de una política más o menos conscientemente concertada” (Bourdieu, 2001). 

El neoliberalismo se distingue de otras “formas específicas de acumulación” por una estratégica disposición estructural: a saber, la transferencia de los costos de la crisis al trabajo y a los segmentos poblacionales mayoritarios. 

Y en esas andamos, en las vísperas de un 2016 poco alentador.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Dominación y resistencia en la favela

Los peatones son los reyes ante los que deben rendirse los coches. Tal vez sea la diferencia mayor entre la favela y el asfalto, algo en lo que no suelen reparar ni los medios ni los analistas del sistema. La calle es el paraíso de la gente común, de los niños que juegan con la pelota, de las niñas que saltan y corren, de las mujeres que arrastran bolsas de alimentos y los jóvenes que se abren paso con sus motos haciendo piruetas entre los autos y las adolescentes, a las que no parecen impresionar. 

Timbau es una de las 16 favelas de la Maré, enorme espacio pegado a la bahía de Guanabara con 130 mil habitantes, que los migrantes nordestinos fueron ganando al mar metro a metro desde sus precarios palafitos, que comenzaron a erigir un siglo atrás. Timbau es una de las pocas favelas del norte de la ciudad en ancas de un morro, que disfruta el privilegio de otear a ésta, la bahía y los cerros. Cuando el sol cae a plomo se hace pesado caminar cuesta arriba y todo se mueve en cámara lenta. 

Si se define a la favela por lo que no tiene, como suelen hacer los centros de estudios que priorizan las "carencias", habría que empezar diciendo que no hay bancos ni supermercados, ni esas catedrales del consumo llamadas malls. Parece un barrio proletario de cualquier centro industrial de comienzos del siglo XX, cuando "los obreros vivían de un modo diferente a los demás, con expectativas vitales diferentes, y en lugares distintos", como nos recuerda Eric Hobsbawm (Historia del siglo XX, Crítica, p. 308). 

En una de las callejuelas, entre un almacén y una peluquería donde alisan sus cabellos las adolescentes, un pequeño comercio tiene un letrero que dice Roça, que en portugués denomina el área de siembra de la agricultura familiar. Un pequeño grupo de jóvenes venden productos agroecológicos y elaboran cerveza artesanal, mostrando que es posible trabajar en colectivo y autogestionarse. Es un espacio donde confluyen grupos de otras favelas que resisten la militarización y la especulación urbana. 

La Maré estuvo ocupada militarmente hasta hace pocos meses y seguramente los uniformados regresarán antes de los Juegos Olímpicos de 2016. El ejército estuvo durante 15 meses, 3 mil soldados con armas largas y tanques de guerra, pero a comienzos de julio fueron relevados por la Policía Militar, uno de los cuerpos más odiados por los sectores populares –en particular por los jóvenes negros– responsable de miles de muertes todos los años. 

Un grupo de muchachos del colectivo Ocupa Alemão, una favela cercana ocupada desde 2010 por los militares donde se han instalado Unidades de Policía Pacificadora (UPP) y una red de teleféricos, aseguran que "la mayor contradicción que existe en Brasil es el racismo". Ocupa Alemão nace para resistir la brutalidad policial con festivales de rock, cine-debates, juegos con niños, talleres de graffiti y una "feria de negritud económica", inspirada en la tradición solidaria de los quilombos (repúblicas de esclavos fugados); 20 por ciento de las ventas las destinan a un fondo para apoyar a las madres de las víctimas del Estado en Río de Janeiro. 

La feria es itinerante y se propone "defender la autonomía política y fortalecer la economía colectiva", como destacan en su facebook. Se trata de una iniciativa de movimientos de mayoría negra en las áreas de salud, cultura, educación, cocina y audiovisual para difundir la cultura afrobrasileña y fomentar la autogestión como forma de construir autonomía. 

Uno de los jóvenes dice que en el Complejo de Alemão hay cinco UPP y que una de ellas funciona en una escuela, con su fachada tapizada de agujeros de balas. Habla del racismo como forma de dominación: "Cuando van al médico, las mujeres blancas son atendidas 15 minutos en promedio, pero las negras apenas tres minutos". Cada palabra suena como un martillo sobre la piedra. "Nosotros por nosotros", es la consigna de Ocupa Alemão, que se ha ganado un espacio entre la camada de movimientos que nacieron luego de las Jornadas de Junio de 2013. 

Para el que llega de fuera, los detalles desconciertan. El "turismo safari" en las favelas hace estragos. Jeeps verdes como los que usan los militares, con turistas rubios cámara en mano, violentando la cotidianidad de los vecinos. Desde el teleférico de Alemão pueden retratarlos mientras comen, bailan o hacen sus necesidades más íntimas. Un panóptico tan insultante como la insensibilidad del mercado. Compran camisetas de recuerdo que dicen, sobre la foto de la favela, "Yo estuve aquí", aunque la hayan sobrevolado a decenas de metros. Es triste comprobar cómo la lógica del turista y del policía militar es idéntica, aunque utilicen armas diferentes. 

La noche en la favela es bulliciosa. La música suena potente, pero nadie se queja. Igual que los coches ceden ante los peatones, la favela entiende que el silencio no puede contra los ritmos. Parece raro y hasta molesto al foráneo que no puede conciliar el sueño; sin embargo, es la lógica obrera de todos los tiempos, según Hobsbawm, donde "la vida era, en sus aspectos más placenteros, una experiencia colectiva" (idem). 

Es probable que esa cultura de lo colectivo explique el genocidio que sufren los favelados, en su inmensa mayoría negros. Una cultura tejida de relaciones sociales diferentes a las hegemónicas, tan irreductible como el espacio donde se ha refugiado, representa una amenaza latente para las clases dominantes. En más de un siglo, ningún gobierno pudo con las favelas que siguen creciendo pese a las violencias del Estado y los traficantes. 

Son cientos los colectivos de jóvenes que resisten: de hip-hop, de cultura negra, contra el genocidio, de economía, de madres de asesinados y desaparecidos. La impresión es que tienden a multiplicarse y cada vez es más difícil hacerlos retroceder a bala. En el próximo ciclo de luchas las mujeres y los jóvenes de las favelas dirán presente, y las izquierdas blancas deberán decidir si luchan y mueren junto a ellas o siguen mirando hacia arriba.

sábado, 19 de diciembre de 2015

El fin de la transición al neo autoritarismo y la constitución de la ciudad de México.



Ya pocos niegan que la transición democrática en México fue una quimera o mejor dicho, una reconfiguración autoritaria del sistema político para que el neoliberalismo sentara sus reales en el país. Hasta los transitólogos más entusiastas de la farsa iniciada en los ochenta y que tuvo como punto álgido el año de 1997, reconocen que en realidad no hubo tal, o que sus resultados están muy lejos de cubrir las expectativas que generó a finales del siglo pasado.

Fue precisamente en 1997 cuando culminó una etapa del proceso que instaló el neo autoritarismo maquillado con institutos y tribunales electorales. Después de décadas en la que los habitantes de la ciudad de México fueron ciudadanos de segunda, cercenadas sus libertades políticas gracias a la figura de la regencia, votaron para elegir en las urnas al primer jefe de gobierno. Faltaba entonces otorgarle soberanía plena a la ciudad más importante del país, dotándola de una constitución que expresara el acuerdo político indispensable para arribar a la mayoría de edad como territorio político.

Sin embargo, el triunfo arrollador del PRD en aquéllos años fue el pretexto para que el PRI y el PAN se hicieran de la vista gorda, manteniendo la conculcación de derechos políticos para los capitalinos. Tuvo que llegar un arribista de la política al gobierno de la ciudad, como lo es Miguel Mancera, para que las elites políticas abrieran la mano y votaran en el congreso de la unión la reforma política para hacer posible la integración de un constituyente que diera vida a un nuevo orden político en la ciudad de México.

Gracias a la colaboración sin cortapisas con la política y objetivos de la presidencia por parte de Mancera, los dueños del congreso federal dieron luz verde para iniciar el proceso que culminó hace unos cuantos días, definiendo las reglas del juego para la conformación del constituyente capitalino en 2016. Pero desconfiados de la ciudadanía defeña, el cártel partidista que mantiene el poder en las cámaras -incluido ahora el PRD-  decidió dar un paso más para recordarnos la naturaleza y el carácter de eso que se llamó transición democrática.

Frente a la fuerza de MORENA en el Distrito Federal, el cártel partidista decidió minimizar la voluntad popular estableciendo reglas de elección para conformar el constituyente que nos  recuerdan que la tendencia a escamotearle derechos políticos a los capitalinos sigue gozando de buena salud, a pesar de que sus impulsores la señalen como una reforma histórica que… bla bla bla. Pero por si esto fuera poco, el cártel en cuestión pretende relanzar al PRI en la capital para recuperar lo que ha perdido en las urnas por décadas. Para ello necesita reducir a su mínima expresión la voz de la oposición, violentando como tantas veces el voto popular con maniobras legales y preparar el campo para el regreso del dinosaurio.

Para empezar, el 60% de los diputados constituyentes se obtendrán del resultado electoral pero no se incluirán a los ganadores sino que se utilizará el método de la representación proporcional. Sobra decir que la sobre representación será un factor importante en la conformación del 60% de los constituyentes, burlando de manera burda el voto popular. El porcentaje restante, o sea el 40%, será repartido entre los integrantes del cártel partidista el cual, a falta de votos ganados en la urnas, los elegirá por el célebre sistema del dedazo.  La  designación del resto  se obtiene de la siguiente manera: 14 diputados designados por la Cámara de Diputados; 14 por el Senado; 6 por el presidente de la república; y 6 por el jefe de gobierno del D.F.

Si tomamos en cuenta el perverso mecanismo de cuotas por medio del cual las cámaras designan a consejeros electorales, magistrados y demás fauna sobra decir quiénes serán los favorecidos.  Si a éstos se suman los designados por el presidente y por el jefe de gobierno tendremos que prácticamente 40 diputados estarán bajo el control de la presidencia; pero faltan los que ‘ganen’ por el método de representación proporcional, que podrían superar los treinta; la suma no deja lugar a dudas de quien será el que domine el congreso constituyente. El presidente contará con setenta diputados y seguramente me quedo corto, tomando en cuenta que Los Pinos desean contar con la mayoría calificada que le otorgue el control absoluto, evitando polémicas y conflictos para planchar la constitución en lo oscurito.

Así las cosas, el último eslabón de lo que se conoció como la transición democrática, la soberanía política de la ciudad de México, confirma que aquélla no fue más que un ajuste del sistema político para reconfigurar el cártel partidista y mantener el poder autoritario para imponer el neoliberalismo. La democracia liberal mexicana, haciendo gala de su proverbial gatopardismo, culmina así un ciclo infame que ha sumido el país en la miseria y la violencia. La reforma política de la ciudad de México es sin duda la última vuelta de tuerca del neo autoritarismo mexicano. Que lo festejen los integrantes del cártel político; los capitalinos no tiene nada que festejar y el resto de los mexicanos menos.

viernes, 11 de diciembre de 2015

La guerra es la agenda del Occidente en decadencia

Los atentados terroristas en París y las rutinarias masacres en Estados Unidos (California recientemente) obligan a problematizar la situación política e histórica  de Occidente, y a atender teóricamente la responsabilidad de las potencias occidentales en el incremento de la guerra, el terrorismo y la violencia a escala global. Situar en el centro de la reflexión el fundamentalismo islámico, sustraído de su momento constitutivo, es un error teórico. Urdir narrativas alarmistas en torno de ese seudoproblema es un gesto canalla, tristemente habitual en la prensa. Aplaudimos la consigna de los pensadores honestos: “aquellos que no quieran hablar críticamente de la democracia liberal deberían guardar silencio también sobre el fundamentalismo religioso”. Esta es sólo una breve reflexión que atiende esa justa apreciación..

Tras los atentados en París, la prensa redobló los llamados a la unidad y solidaridad de todos los pueblos occidentales (incluidos aquellos cuya occidentalización es resultado de una oprobiosa imposición), y a la unanimidad condenatoria, a cuya exhortación han asistido figuras públicas de todas las procedencias, posicionamientos e idearios no pocas veces divergentes, claramente abonando a la confusión del público. Es el mismo subterfugio discursivo que envolvió a la tragedia de Charlie Hebdo: condenación ética, lamentos ideológicos, lutos fascistas. Y las explicaciones teóricamente relevantes brillan por su ausencia.

Occidente no reconoce que la guerra es la agenda prioritaria de las potencias que convergen en su manto. Hay por lo menos cuatro intervenciones que inauguraron o profundizaron escenarios bélicos de alto impacto en África septentrional y Oriente Medio: Egipto, Siria, Libia e Irak. En nombre de la democracia y la libertad, la coalición de metrópolis occidentales sembró la guerra en esos países, prepotentemente conjeturando que esa acción no traería consecuencias. El terrorismo tiene tres fuentes primarias: uno, el rencor e ira de los inmigrantes musulmanes en Europa y Estados Unidos, encadenados a procedimientos rutinarios de discriminación; dos, el encono político acumulado de los pueblos islámicos damnificados por el coloniaje occidental; y tres, el financiamiento-patrocinio franco, abierto e interesado de grupos de poder occidentales a células terroristas al servicio de la agenda de Occidente. 

En este sentido, el programa injerencista occidental tiene un componente doblemente agravante. Zizek escribe: “Lo que hace tan insoportable al Occidente liberal es que no solo practica la explotación y la dominación violenta, sino que, añadiendo el insulto al agravio, presenta esta realidad brutal con la apariencia de lo contrario, de libertad, igualdad y democracia”. 

En ese “insulto al agravio” radica la fuente subjetiva del terrorismo. La objetiva, es la guerra que declara el Occidente configurando enemigos a su antojo y capricho, curiosamente todos oriundos de las regiones en cuyo territorio se aloja una diversidad de recursos naturales, humanos e infraestructurales claves para la dominación imperial. 

Al respecto, Toni Negri describe las características definitorias de estas guerras multimodales, y los objetivos que persiguen a espaldas de la población:

“La guerra, así como hoy ha sido inventada, aplicada y desarrollada, es una guerra constituyente. Una guerra constituyente significa que la forma de la guerra ya no es simplemente la legitimación del poder, la guerra deviene la forma externa e interna a través de la cual todas las operaciones del poder y su organización a nivel global se vienen desarrollando… en su misma forma es una guerra constituyente, una guerra biopolítica que implica el ordenamiento de la vida, de la producción y reproducción de la vida… una guerra que engloba la relación social en el sentido más completo de la expresión… Todo cuanto Ignacio Ramonet decía inicialmente acerca de la sobreposición de guerra económica, guerra social, guerra militar, es perfectamente correcto: son cosas que están todas juntas porque existe un proyecto organizativo constituyente, que atraviesa este mundo, de hacer la guerra. Ya no se trata de la guerra imperialista que va a expandir los poderes de las naciones singulares: ésta es una guerra en nombre del capital global”. 
Pero este ensamblaje de guerras requiere de una justificación. El ejercicio de violencia por sí sola es inmoral. Occidente excusa las intervenciones militares con una presunta “promoción” de valores, señaladamente la democracia. Pero el principio de realidad, señaladamente el terrorismo, contradice ese falsario empeño. Cuando el relato de la democracia se agota, como a menudo ocurre, el ardid justificatorio transita hacia el estribillo de la “seguridad”. Y es allí donde se hace necesaria la construcción de enemigos. Los narcotraficantes o los yihadistas o los fundamentalistas son, como bien señala el analista Alfredo Jalife-Rahme, “activos estratégicos” o “instrumentos geoestratégicos” para hacer la guerra. Las potencias occidentales apoyan o persiguen regímenes u oposiciones, dirigentes legítimos o criminales, en función de su agenda e intereses. No pocas veces esos instrumentos de beligerancia estallan en las manos de las potencias occidentales. Francia y Estados Unidos son los ejemplos más notables. Pero el Estado Islámico no es solo un asunto que se salió de control: el EI es un aliado de los intereses articulados a la estrategia de recolonización occidental, que encabeza Estados Unidos en su carrera por la supremacía, y cuyos principales rivales son Rusia y China o incluso una posible coalición de estos dos. 

El bombardeo aéreo de los supuestos campamentos de Isis son pura coreografía cosmética. Es una especie de oda a la guerra. Es una escenificación que allana e inaugura el camino para un estado de guerra conscientemente orquestado, y con un alcance temporal indefinido pero previsiblemente prolongado. La seguridad de Estados Unidos, Francia y acólitos es la guerra.

La guerra es la agenda del Occidente en decadencia. Que ciertos gobiernos occidentales pretendidamente liberales-progresistas derechizaran agendas y discursos no es ningún accidente: es la garantía de que prevalezca la guerra. 

Y en eso también acierta Zizek cuando escribe acerca del ideario demo-liberal: “Para que ese legado clave sobreviva, el liberalismo necesita la ayuda fraternal de la izquierda radical. Esta es la única manera de derrotar al fundamentalismo, mover el suelo bajo sus pies”.


Isis quiere que ataquen a musulmanes

Ahora que se supone que todos estamos involucrados en la batalla mundial contra nuestro peor enemigo desde Hitler (no, no se trata del cambio climático, claro, sino del Isis) es momento de entender cómo funcionan las fuerzas de la ley, el orden y la seguridad que se supone nos protegen, y cómo éstas pueden hacer más por reclutar musulmanes europeos para la causa extremista que todos los videos de Isis juntos.

Se trata de la historia de cómo la policía, debido a la ignorancia y el racismo, provocó que el Isis le mandara mensajes burlones a un joven que probablemente hace más por prevenir el terror en las calles de Bruselas que nadie más.

Montasser al De’emeh es un académico palestino, escritor y ciudadano belga, que además es especialista en una materia en la que los policías ahora se creen expertos: la radicalización o la proliferación interna de los terroristas de Isis.

De’emeh dirige un centro cuya misión es captar radicales y tratar de alejarlos de su obsesión con el culto a Isis. Una labor importante en Bélgica, que ha enviado a 350 combatientes a Siria, proporcionalmente más que cualquier otra nación europea. También es coautor de un libro muy aclamado sobre el Isis titulado La caravana de la yihad: un viaje a las raíces del odio.

De’emeh es bien conocido en Bélgica. Ha sido filmado por equipos de televisión en sus viajes por Bruselas; además ha sido entrevistado por el diario The Washington Post y medios belgas.

La semana pasada, el experto conducía hacia su hogar después de hablar ante parlamentarios belgas flamencos cuando fue detenido por la policía. No hubo problema. De’emeh es el tipo de persona del que tenemos que cuidarnos en estos días peligrosos de matanzas de Isis y discursos dignos de director de escuela estilo Hilary Benn.

Al menos eso se pensaría.

Según De’emeh, iba en dirección a su hogar en Molenbeek (el mismo Molenbeek que ahora se considera semillero del terror de Isis) cuando se le detuvo en un puesto de vigilancia policial. Él lo consideró normal, pues los ataques de París habían ocurrido semanas atrás y Bélgica estaba en estado de emergencia.

Los policías me pidieron mis papeles, me relata De’emeh. “Se los di sin problema. Me preguntaron cuántos idiomas hablo. Les dije que holandés, francés, inglés y árabe. Uno de ellos me dijo: ‘Aquí en Bélgica no nos gusta que se hable en árabe’. No fueron amables. Preguntaron qué había en mi auto y encontraron ejemplares de mi libro La caravana de la yihad. Un policía me dijo: “aquí en Bélgica no le permitimos tener este libro en su auto. Aquí no tenemos yihad’.

Me hicieron salir del coche y poner las manos sobre el techo del vehículo. Me pidieron la clave de mi teléfono y no se las di. Abrieron mi teléfono, le sacaron la tarjeta de memoria, escribieron algunos números y me la devolvieron. Luego revisaron todos mis papeles y los arrojaron de nuevo al interior del auto. Algunos cayeron en el pavimento, continuó.

De’emeh, ya indignado, reclamó a los policías. Les dije que acababa de dar un discurso ante el Parlamento sobre la radicalización. Que estoy al frente de un centro que se encarga de liberar a la gente de Isis. Durante dos años lo he estado haciendo. Trato de desradicalizar a esta gente. Pero Isis quiere que cosas así sucedan. Quieren que la policía amenace a los musulmanes y se comporte así. Socavan nuestra labor y ayudan a Isis.

La policía local trató de dar excusas por este pequeño incidente. Vimos que personas habían filmado puestos policiales y militares desde su automóvil. Presumiblemente se trató del equipo de televisión que ha documentado el trabajo de De’emeh.

También acusaron al experto de haber incitado a transeúntes contra la policía, lo cual viola la ley en Bélgica.

Pero lo peor estaba por venir. De’emeh comenzó a recibir mensajes de Isis.

Se reían de mí. Me escribieron que ahora yo iba a ver lo que pasa cuando la gente se opone a Isis. Uno de los mensajes decía: ¿Qué te pasó, eh? ¿Tienes problemas? Isis estaba muy complacido con lo ocurrido. Quieren que esto nos pase a los musulmanes. Quieren que la policía ataque a los musulmanes. Quieren una guerra entre los musulmanes europeos y el resto de la población.

La ironía de todo esto sería demasiado obvia. Los policías belgas tendrían que haber estado leyendo el libro de De’emeh en vez de condenar al autor por llevar ejemplares en su auto. Debían haber tenido que aprender de él en vez de humillarlo.

Pero una vez que se dice a la gente que está viviendo con temor, una vez que se ha recurrido al estado de emergencia, todas las reglas normales de la sociedad se tiran a la basura.

Yo sí me pregunté, mientras veía el grotesco debate de nuestro Parlamento sobre los bombardeos contra Siria (y que tuvo más que ver con destruir a Corbyn que con la destrucción de Isis): ¿qué le espera a Gran Bretaña?

¿Otro ataque en Londres, mismo que hoy nuestros amos parecen considerar algo inevitable, pues será la represalia por la ampliación de nuestra enclenque guerra anti Isis en Siria? Y de ser así, ¿debemos esperar nuevas leyes para ayudar a las autoridades de seguridad a ir más allá de la intervención de teléfonos y rastreo digital que ya fueron aceptados como ley?

Después de la victoria de Dave, ¿notaron cómo cambió su retórica? Primero fue la urgencia en el debate por cortarle la cabeza a la serpiente, frase, por cierto, que los sauditas usaban en referencia a Irán. Luego, un repentino llamado a la paciencia. Después de toda esta prisa por votar, salió con que la guerra tomará tiempo. ¿Estos son nuestros valores ahora?

Ciertamente, cada vez que proclamamos que nuestros valores están siendo atacados logramos hacerle mayor daño a dichos valores. Y eso es lo que De’emeh dice que es exactamente lo que quiere Isis.

Todo esto es lo que arriesgamos para que Dave pueda mandar a unos cuantos a la batalla en Siria y Hilary Benn pueda vanagloriarse de sus certificaciones contra el fascismo.

Sí. Ya todos entendimos el mensaje.

¡Chocks away!*

jueves, 10 de diciembre de 2015

Peligros y oportunidades en Venezuela

Primera reflexión evidente: si Venezuela es una dictadura ¿cómo es posible que haya ganado la oposición? Todos los que han estado cuestionando la democracia venezolana debieran disculparse hoy (es retórica: nunca lo harán. Los que creen que el poder les pertenece por familia y dinero se creen con patente de corso permanente). El Presidente Maduro salió inmediatamente a reconocer el resultado. Como debe ser. La oposición, invariablemente, ha desconocido todos los resultados electorales en donde ha perdido desde 1998, la primera victoria de Hugo Chávez. Unas veces en bloque, otras dividiéndose entre ellos. Los menos leales con la Constitución siempre han sido Leopoldo López y María Corina Machado, cuya actitud no ha sido seguida por Capriles que siempre ha optado por la vía electoral. El PP, con mucha influencia del Opus Dei en sus relaciones con Venezuela -la otra influencia es netamente económica, como cuando Felipe González le regaló Galerías Preciados a Gustavo Cisneros- siempre ha estado más cerca de los golpistas. Nostalgias de los orígenes de la derecha española. Venezuela ha estado a la altura: elecciones limpias y reconocimientos sin duda alguna del resultado. Ojalá fuera igual en México o en Estados Unidos.

Es igualmente evidente que la economía ha pasado factura al gobierno de Maduro. Es injusto que una crisis que no ha generado el continente sudamericano -recordemos que nació con la quiebra de Lehamnn Brothers en Estados Unidos- la esté pagando como si hubiera sido su responsabilidad. El hundimiento de los precios del petróleo (es como si en España se redujera un 80% el turismo) es un golpe difícil de resistir, aún más cuando la crisis es utilizada por la oposición para golpear al gobierno con formas sofisticadas de “guerra económica” (presiones para romper la OPEP y mantener bajos los precios del petróleo, acaparamiento de bienes, subida intencional de precios, fraude en el cambio del dólar, contrabando, guerra psicológica alimentada por los medios de comunicación, sabotajes). Hay escenarios en la pelea política venezolana que han recordado mucho el escenario previo a septiembre de 1973 que preparaba el golpe contra Salvador Allende. Esperemos que la comunidad internacional esté atenta ante cualquier intento espurio de querer ganar fuera de las urnas lo que sólo debe ganarse en las urnas.

Por último, es evidente que el gobierno de Maduro tiene igualmente su responsabilidad. El golpe que supuso la pérdida de Chávez no fue menor. Los equilibrios que había construido Chávez no han sido heredados por Maduro. Reclaman más tiempo. Y la oposición, consciente de esa debilidad, no ha dejado de hostigar en estos últimos tres años. El Presidente Maduro, por un lado, no ha tenido éxito a la hora de hacer valer en la población venezolana los logros de los últimos 17 años. Pasó en Europa cuando la clase obrera convertida en clase media terminó votando a Margaret Thatcher. Es cierto que incluso la oposición ha reclamado a Chávez como si fuera un valor propio, pero era mera propaganda. No es muy creíble proviniendo de quienes siempre le adversaron. El riesgo de desmantelamiento de la apuesta pública bolivariana por la sanidad, la educación, la vivienda, la alimentación, está servida por la oposición (veamos lo que va a empezar a pasar en Argentina). Si el pueblo no lo ha entendido es responsabilidad del gobierno y de la gente con conciencia. Si la propaganda de la oposición es buena, es la obligación del gobierno desenmascararla. No han sabido hacerlo. Igualmente, el gobierno no exhibe buenos resultados -pese a grandes avances en los últimos meses- en la lucha contra la corrupción, la violencia, el negocio de la importación de alimentos, el control de los fraudes cambiarios, los empleos para las clases medias formadas y la inflación. Aunque todos esos rubros formen parte de la guerra económica, si no triunfas, te han derrotado. Y eso es lo que han expresado las urnas.

Ahora es momento de discutir conjuntamente, Gobierno y oposición, las necesidades de Venezuela. De las mayorías. De la gente. Igual que el Presidente Maduro ha aceptado el resultado de las elecciones parlamentarias, la oposición debe asumir que el Presidente constitucional de Venezuela es Maduro, y deben respetar las elecciones presidenciales que le otorgaron el mandato. Desde ese doble reconocimiento debe empezar las negociaciones sobre las soluciones que reclama el país. Sería un error de la oposición repetir lo que se hizo tras el golpe contra Chávez en 2002: empezar a desmantelar la institucionalidad vigente. Algunos análisis este mismo lunes de líderes de la oposición apuntan en esa dirección -cambiar, en caso de que la mayoría parlamentaria lo permitiera, todos los cargos posibles, construyendo un “dique” opositor al gobierno de Maduro-. Algunos parece que no aprenden nunca.

Con urgencia, esas soluciones compartidas pasan por la subida del precio de la gasolina, repensar el gasto público, lucha contra la corrupción, perseguir el acaparamiento y la subida artificial de precios (ahí la oposición puede hablar con los empresarios importadores, principales responsables de este problema), regulación radical del control de cambios (la oposición debe presionar allí donde el gobierno solo no pueda) y establecimiento de una base productiva que se emancipe de la renta petrolera. Sobre esos asuntos gobierno y oposición debieran encontrar acuerdos firmes. Y eso será posible si la oposición escucha las necesidades de Venezuela, no los mandatos de los Estados Unidos ni de las empresas extranjeras que buscan volver a hacer del país caribeño un puerto de las nuevas prácticas piratas. Es un buen momento para ver si, por fin, la derecha venezolana está dispuesta a apostar por su país. 

martes, 1 de diciembre de 2015

Acerca de la guerra en México: apuntes teóricos

Hasta ahora, los analistas de la guerra contra el narcotráfico en México (que abundan pero que poco aportan políticamente) han concentrado su atención en el narcotráfico y sus historias e historietas. Pero casi nunca atienden la guerra.

En este espacio hemos insistido en que la guerra contra el narcotráfico en México es tan sólo una guerra, dentro de otra guerra global. Que el objetivo de ésta no es la droga o su red de tráfico sino la sociedad. A propósito de esto, algunos académicos en Colombia han señalado que el objetivo no declarado de la “guerra contra las drogas” era configurar una sociedad contrainsurgente: es decir, una sociedad altamente domesticada e intolerante hacia cualquier manifestación social crítica o contestataria.

La guerra contra el narcotráfico es una violencia de Estado que engloba simultáneamente tres guerras: una guerra de ocupación, en un contexto de militarización de las estructuras de seguridad y los territorios; una guerra contrainsurgente, connatural a una época de creciente represión política (persecución-criminalización de la protesta en el mundo); y una guerra de exterminio, funcional a la gubernamentalidad neoliberal contemporánea en la región.

La guerra no es una estrategia autónoma o independiente de los procedimientos rutinarios que rigen los destinos del país. Las causas de la guerra sólo pueden conocerse en relación con estos otros procedimientos. Más que una patología social o política, el estallido de la violencia en torno al narcotráfico responde a una manifestación lógica de una cierta ecuación. La cuestión radica en conocer la ecuación, a menudo ignorada; las constantes e inconstantes que integran esa ecuación. Porque las guerras rara vez persiguen los fines u objetivos declarados. Más que un contenido latente y otro manifiesto, como versaría un diagnóstico psicoanalítico, lo que priva en esta trama es un contenido oculto y un contenido público, un discurso políticamente inconfesable y otro políticamente rentable. El proceso real tiene lugar en el contenido oculto e inconfesable.

Cuando revisamos cómo se ha enfocado la guerra contra el narcotráfico, encontramos variaciones poco significativas: por un lado, el relato del Estado “víctima” de la delincuencia (por “debilidad” o “incompetencia”), que se solventa teóricamente asistiendo al mito de una “disputa entre soberanías” que involucra a los cárteles y el Estado; y por otro, la persistencia de la historia del narcotráfico como presunta fuente de conocimiento para la explicación de la crisis de violencia, en detrimento de una atención más enfática en la guerra, en la red de relaciones objetivas que propiciaron el escenario bélico. Más recientemente, el debate sobre la legalización de las drogas ha ganado terreno en los dominios de la prensa y la investigación académica, situándose como un enfoque privilegiado en el ámbito de los estudios sobre narcotráfico, y trasladando la discusión sobre estos temas al terreno de las ideas. No estamos discutiendo la guerra.

Habría que empezar por un destierro de los obstáculos epistemológicos que inhiben inquirir en la lógica del Estado, o en los intereses del poder fáctico, el principio de la guerra y la fuente objetiva de la violencia. Habría que analizar la significación de la guerra en el proyecto general del Estado y del conglomerado de intereses reunidos en su órbita. Y hallar allí las claves de la trama. Es necesario desmitificar el objeto de estudio, reformular el andamiaje conceptual, y trasladar estos temas hacia otro terreno no-ideológico. E insistir que la prioridad es remover enfoques residuales, y concentrar el análisis en las conexiones que entretejen guerra, narcotráfico, Estado, militarización, paramilitarismo, apropiación de recursos naturales o territorios, y poblaciones en creciente estado de enajenación patrimonial y victimización.

Es importante tener en cuenta que el sistema económico que gobierna el planeta se basa en una concentración de las fuentes de poder, y por consiguiente, en una desposesión sistemática que afecta a la generalidad de la población. Y otro aspecto que también es primordial tener en cuenta es el que plantea Norberto Emmerich: que “para comprender al narcotráfico hay que estudiar al Estado… [A ese] Estado capitalista actual [que] nació como una organización criminal que legalizó, paulatinamente y en el transcurso de varios siglos, las rutinas de acumulación que llevaba adelante la burguesía naciente”.

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