sábado, 15 de febrero de 2014

La espiral del silencio alimenta la espiral de violencia

Cuando los poderosos procuran acallar cualquier crítica a las bases de su poder no paran en mientes para lograrlo, incluso si ello alimenta y agrava la violencia social. Nada hay más peligroso para el poder que la discusión de los grandes problemas de la sociedad en la plaza pública. Y al margen de las coyunturas y los acontecimientos del día a día, la violencia social tiene causas estructurales que casi siempre se pierden de vista al analizar un caso específico de la materialización de dicha violencia. 

Si nos preguntamos, por ejemplo, las causas profundas de la violencia social que vivimos, de una guerra civil disfrazada de cruzada heroica, habrá que empezar por admitir que el problema tiene que ver con el lugar que México ocupa en el sistema mundo en el que vivimos. Y ese lugar no es otro que la periferia del sistema, los sótanos de un mundo desigual y organizado alrededor de la explotación y el lucro.

Como todos sabemos, nuestra economía está profundamente sometida a los intereses del centro del sistema (léase EEUU aunque China empieza a estrechar relaciones económicas con México). Nuestro país y la mayoría de sus habitantes subsidian con sus bajos salarios a las corporaciones internacionales; la economía está diseñada para satisfacer sus necesidades de las grandes corporaciones internacionales. Ya nadie se acuerda pero la escuela de la dependencia, liderada por distinguidos economistas latinoamericanos, puso el dedo en la llaga al rebatir la peregrina idea de que si los países latinoamericanos hacían lo que en su momentos hicieron los Estados Unidos y Europa, llegaríamos al primer mundo sin problemas. Ruy Mauro Marini y otros dejaron claro que el subdesarrollo era el producto natural del desarrollo de los países del centro del sistema, por lo que pensar que el subdesarrollo se podía superar aplicando la receta de esos países no era un error, era una estrategia ideológica para seguir sacándonos el jugo. Con esto no quiero sugerir que no hay nada que hacer en nuestro país para cambiar las cosas pues el problema está afuera y no adentro. Hay que descartar la idea de afuera y adentro pues los países y el mundo son una unidad.

En este sentido, la enorme dependencia económica de México -materializada en el TLCAN- ha empobrecido enormemente a la mayoría de la población, al grado de que el narcotráfico es visto como una importante fuente de empleo para muchos. Pero además, el sometimiento económico ha generado un sometimiento político extraordinario, nunca visto en el país, ni siquiera en los tiempos de Miguel Alemán Valdéz, Mr. Amigo como le llamaban sus patrones. Este sometimiento ha conducido a nuestros gobernantes en turno a militarizar el país, siguiendo el experimento del Plan Colombia, que tan malos resultados ha tenido en ese país. Los únicos que ganan con el ejército en las calles son los fabricantes de armas y el Pentágono, que cada vez más se involucra directamente en labores de seguridad en nuestro país y de paso espía a medio mundo, tenga o no tenga que ver con actividades ilícitas, como un instrumento de control social, tan de moda desde la caída de la torres gemelas en Nueva York. El debilitamiento de los Estados Unidos como potencia hegemónica mundial ha provocado que se prefieran las soluciones de fuerza en lugar de la ampliación de consensos. En la medida en que el poder económico y político estadounidense decrece, sus dirigentes se han visto obligados a echar mano de las armas para mantener su posición de privilegio. Pero además han obligado a sus aliados a hacer lo mismo.

La militarización promovida por el gobierno de Felipe Calderón intensificó la violencia social que sufrimos y tuvo y tiene un doble propósito: mantener un clima de terror que facilite la embestida contra los derechos de los trabajadores y de la sociedad en su conjunto y por el otro justificar las acciones de los gobiernos de cara no sólo a sus conciudadanos sino sobre todo a los inversionistas extranjeros. Y es aquí en donde radica un elemento central en la insistencia del control de los medios de comunicación por parte del poder, al que no le preocupa mucho el impacto nacional de sus pifias sino la internacional, ésa que difunde confianza o temor entre los dueños del dinero y que influye decisivamente en el ánimo de los inversionistas tan idolatrados por nuestros gobernantes.

En la esfera de la política, el debilitamiento de las instituciones del estado y su pérdida de legitimidad frente a la ciudadanía no parecen ser un mal menor, pues provocan la polarización de los actores políticos pero sobre todo por la pérdida paulatina del derecho a un trabajo bien remunerado, a recibir educación, salud, vivienda, etcétera. La desaparición de fuentes de trabajo por decreto o por quiebras amañadas son el pan de cada día y la protesta social es criminalizada en un contexto de violencia cotidiana.

La crisis sistémica de la economía mundial ha agudizado la violencia social que vive nuestro país pero nuestros gobernantes están más concentrados en seguir ofreciendo buenas condiciones para que las corporaciones internacionales sigan disfrutando de altos rendimientos. Militarizar el país parece ser la condición básica para que México continúe distinguiéndose por ser un paraíso para los inversionistas, aun a costa de la paz social y la calidad de vida de sus habitantes. La espiral del silencio promovida desde el poder para ofrecer un alentar las inversiones extranjeras ha abierto un frente de violencia focalizada en los comunicadores quienes, a pesar del control que se ejerce sobre ellos, mantienen un espacio de autonomía que es visto como una amenaza por gobiernos empecinados en vender nuestros recursos a toda costa, midiendo su éxito en función de los capitales que atraen a su territorio y no en el mantenimiento de una sociedad sana y unida. 

Es por eso que la desaparición y asesinato de periodistas es consecuencia directa de las prioridades de los poderosos, quienes defienden la idea de que el silencio traerá crecimiento y estabilidad. Sin embargo, este argumento pasa por alto que la paz social es producto del consenso, de la participación política, del diálogo público. Olvida, o simula que olvida, que promover la espiral del silencio sólo impulsará más la espiral de violencia. La contradicción es evidente: se somete a los medios de comunicación para construir una imagen atractiva pero en el proceso se generan hechos de violencia que escandalizan a la opinión pública nacional e internacional. ¿Quién los entiende?

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