lunes, 29 de octubre de 2012

La cuestión del sindicalismo en México

A nadie sorprende que durante la actual administración sexenal, la cuestión relativa a los sindicatos figurara como uno de los temas torales de la agenda política nacional. Aunque superficialmente pudiera calificarse al gobierno federal de incurrir en una actitud esquizofrénica, la relación de este último con los sindicatos responde a una lógica de control centralista del poder, y es perfectamente coherente con este propósito supremo de toda forma de gobierno subordinado a intereses creados, enquistados en la sede misma del poder. La política oficial en lo tocante al sindicalismo –discursivamente congruente, materialmente inconsistente– se explica en función de un fetichismo de poder que alude a la corrupción originaria de lo político: la existencia de una autoridad autorreferente que ubica la fuente del poder político en sí misma, no obstante la red de intereses que constriñen este poder. Ante la falta de un proyecto auténtico de nación (“Los países coloniales y semicoloniales no están bajo la influencia del capitalismo nativo, sino del capitalismo extranjero” –León Trotsky), la clase gobernante define su agenda con base en disposiciones decretadas allende los confines de su poder formal. Jesús Cantú, columnista en Proceso, atina cuando escribe: “Las reformas estructurales… no son otra cosa que la adecuación de la legislación mexicana a las condiciones impuestas por los organismos financieros internacionales con el fin de crear el escenario ideal para el modelo neoliberal”. 

Por lo tanto, cabe subrayar que para juzgar la intricada relación gobierno-sindicatos se debe atender los fenómenos sistémicos globales (léase, la primacía del “modelo neoliberal” como estrategia política internacional). En México, la extinción del sindicato de Mexicana de Aviación (véase http://lavoznet.blogspot.mx/2012/03/mexicana-de-aviacion-el-extrano-caso-de.html) y el Sindicato Mexicano de Electricistas, cuya autonomía e independencia casi incondicional siempre incomodó al Estado, y la extraña conservación –con apreciable respaldo gubernamental– del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), cuyas cúpulas dirigentes entronizan el ejercicio vitalicio de la corrupción, pone de manifiesto la influencia decisiva de los poderes fácticos extraterritoriales (“la red de intereses que constriñen el poder”) y la nulidad de los órganos ejecutivos y legislativos en relación con el trazado de un proyecto auténtico de nación (“autoridad autorreferente que ubica la fuente del poder político en sí mismo”). 

El modelo económico referido, irremediablemente tiende a la privatización de todo cuanto se refiere a la actividad vital de un pueblo. Pero en este proceso de desincorporación de las empresas y/u órganos públicos, el Estado se ve obligado a respaldarse en grupúsculos con amplio poder político, preferentemente maleables o políticamente dóciles, dada la escasa o nula legitimidad que entrañan tales políticas. Precisamente los sindicatos más corruptos componen el eslabón faltante de esta ecuación. Además, el anquilosamiento de dirigentes gansteriles en las organizaciones obreras, sirve a los intereses del proyecto en cuestión: figuras como Elba Esther Gordillo (lideresa del SNTE) y Carlos Romero Deschamps (líder del STPRM), ambos señalados por peculado electoral, malversación de caudales públicos, nepotismo, clientelismo político, y otras prácticas análogas, contribuyen a erosionar la imagen del sindicalismo, en particular, y de las organizaciones obreras, en general, y por lo tanto, proveen un argumento infalible para la eventual desarticulación de cualquier contrapoder que suponga un obstáculo al proyecto privatizador. 

Como se ve, las organizaciones sindicales –específicamente aquellas corruptas e íntimamente ligadas al poder del Estado– pueden constituir una palanca para la creación de un “escenario ideal para el modelo neoliberal”.

jueves, 25 de octubre de 2012

Los caminos de Michoacán


Hace ya casi seis años la sombra ominosa de la militarización en México se extendió por la tierra en la que dejó profunda huella el legado humanista de Vasco de Quiroga. Se estrenó entonces una visión fascista de la política que simplemente dividió al país entre los que estaban a favor de pintarlo de verde olivo y los que denunciamos los peligros y consecuencias de semejante aventura. 

Se dijo entonces que la idea era consolidar el gobierno de Felipe Calderón -enormemente cuestionado gracias a un proceso electoral legítimo sólo para los dueños del dinero y sus empleados. Sin embargo, hoy sabemos que la invasión del ejército federal y las detenciones arbitrarias de buena parte de los presidentes municipales michoacanos no fue sino la expresión más clara del Plan Mérida y la sumisión a la política militar de EU.

Hoy que está por terminar un sexenio que será recordado por las decenas de miles de muertos y desaparecidos, la sombra de la represión vuelve por los caminos de Michoacán. Ahora las víctimas son los estudiantes normalistas, satanizados por los corruptos líderes de opinión que demuestran su enorme desprecio por los movimientos estudiantiles. Una y otra vez, en los medios electrónicos y en la prensa escrita, las descalificaciones, burlas y humillaciones rayanas en el racismo y la discriminación demuestran una vez más que el fascismo avanza sin rubor alguno.

Y al igual que en el inicio del sexenio -que se renovará para seguir con la misma cantinela- las declaraciones de los encargados de violaciones flagrantes a los derechos humanos coinciden en señalar la necesidad de preservar el estado de derecho sin mirar en el costo político que tales acciones les puedan acarrear. Coinciden en envolverse en la bandera del sacrificio para mantener la paz social, el buen camino de los negocios, el principio de autoridad.
 
Esta actitud no es más una clara señal del estado mental de los gobernantes. Ante el enorme desprestigio del que gozan se inventan mundos ad hoc para justificarse, para quedar como héroes incomprendidos, que se enfrentan  todos los días con la ingratitud de la población. En su progresivo aislamiento, los políticos mexicanos no tienen más remedio que echarse en los brazos de una esquizofrenia calculada, administrada, mientras dejan tras de sí una estela de despojos, violencia y simulación.

La fuerza del fascismo militarista a la mexicana ha logrado neutralizar a buena parte de los actores políticos que en otros tiempos gozaron de mejor salud y encabezaron muchas veces el descontento popular. Las burocracias sindicales se eternizan con la venia de sus socios comerciales y políticos (que para el caso son los mismos); los partidos políticos se han convertido en oficinas gubernamentales; las organizaciones populares en caricatura de un mundo pauperizado, pasando el sombrero para recoger migajas a cambio de votos. 

En este contexto los movimientos estudiantiles, con todas las limitaciones que puedan tener, se han convertido en el actor político que ha logrado mantener en alto la estafeta de la rebelión, del hartazgo por la descomposición social en que vivimos. En el DF, en Veracruz, en Chiapas, en Oaxaca, son los estudiantes, la juventud desempleada, marginada, vilipendiada, la que apuesta por un mundo diferente. Son los que no tiene nada que perder porque nada tienen, más allá de la certeza de que el futuro reservado para ellos es el de la explotación, la violencia y la humillación.

domingo, 21 de octubre de 2012

La guerra como política de Estado

La guerra en México no responde a una “estrategia”. La guerra en México tiene matices políticos inexorables. Por eso la clase política insiste en que se debe evitar “la politización de la estrategia”: que no se cuestione, que no se discuta, que no se advierta el sesgo político inmanente. El gobierno teme que la gente descubra los propósitos no confesados de la cruzada anti-narco: a saber, que la finalidad de la guerra es anular el cambio social, político; que la misión del militarismo es conservar, por la vía de la vigilancia, el control, la violencia, las antiguas estructuras de poder, aún vigentes. 

No es la narcoguerra per se la que cancela el cambio, ni el terror que la guerra engendra (aunque sin duda es un factor socialmente paralizador). La suspensión del cambio al que aludimos, viene como consecuencia de las políticas que el Estado instrumenta –el militarismo, la seguridad nacional– para “combatir” ese “enemigo doméstico (el narco)” cuya existencia aquí no se pone en cuestión, pero cuya realidad es tan sólo comparable a la de los Reyes Magos (es decir, parcialmente, o acaso predominantemente artificial). Esto es, la narcoguerra en México responde directamente a un proyecto de clase (no de Nación); pende de una excusa, un pretexto –el narco o la delincuencia–, para imponer una agenda económica, política, en detrimento de las demandas históricas de la sociedad; una sociedad –la mexicana– tristemente habituada a la tradición canallesca e impositiva de la clase gobernante. Michel Foucault escribe, en relación con este aspecto: “La delincuencia es un instrumento para administrar y explotar los ilegalismos”. En esta misma tesitura, Javier Sicilia también escribe: “Detrás de la moral puritana contra las drogas, lo que en realidad se encubre es la construcción de una guerra que permite administrar el conflicto para maximizar capitales. ¿Quiénes ganan? Los negocios contraproductivos [los ilegalismos institucionales]: los bancos que lavan dinero, la industria armamentista, los administradores de cárceles, las mafias, las Fuerzas Armadas, los laboratorios de producción de drogas, las policías y los funcionarios corruptos [aquí Javier incurre en un pleonasmo]”. 

Con el propósito de dar sustentabilidad ideológica al ilegalismo rampante de las elites (clase empresarial y política), el Estado a menudo excusa las políticas que adopta alegando obligatoriedad en sus acciones: en México se pretexta la militarización en razón de la proliferación del crimen organizado. Este argumento se adereza con una serie de consignas ideológicas. Por ejemplo, aducir que la “estrategia” –el militarismo– tiene como objeto evitar que la droga llegue a manos de los más jóvenes. Empero, casual o coincidentemente, el consumo de cocaína y otras drogas se ha duplicado en años recientes, especialmente entre la franja de jóvenes que va de los 12 a los 17 años (OEA). Según cifras oficiales de la Secretaría de Salud, la tendencia al alza en el consumo de cocaína alcanza actualmente los 2.4 millones de personas (MILENIO). 

De lo anterior se infiere que los objetivos declarados constituyen tan sólo un telón cuyo propósito es ocultar a la sociedad los objetivos reales, apreciablemente inconfesables. Y estos objetivos reales, que yacen en el fondo de una guerra que más que estrategia refiere a una política de Estado, si fueren revelados, desenmascararían el carácter profundamente arbitrario, leonino, del Estado mexicano. Huelga decir que son estos intereses sectoriales, y no el tema de la salud y/o seguridad públicas, lo que explica el fenómeno del militarismo en México y la incalificable violencia que engendra. Walter Benjamin alude a esta fórmula sin matices ideológicos: “El militarismo es la obligación del empleo universal de la violencia como medio para los fines del Estado”.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La alternancia en Veracruz, posibilidades y consecuencias.

A diferencia del pasado triunfo electoral del PRI, donde no hubo festejos ni celebraciones populares espontáneas o inducidas, el mes de julio del 2000 fue testigo de la euforia ciudadana por el advenimiento de la alternancia política gracias al triunfo del PAN. Incluso el ambiente académico y de analistas ‘serios’ de la política nacional festejó a su manera, considerando el hecho como el inicio de la modernidad y la democracia en México. Ahora muchos de ellos prefieren olvidar su entusiasmo, ocultando  mal su alegría por el regreso del parque jurásico.

En aquel amanecer del nuevo siglo, los estudiosos de la política consideraron concluida la transición, tomando en cuenta que se cumplían con el triunfo panista, las condiciones básicas para considerar a México un país democrático. Las otras dos serían la existencia de un sistema de partidos estable, competitivo, así como de órganos electorales autónomos que barnizaban de legitimidad los procesos electorales.

Las condiciones actuales nos enseñan que esas condiciones, si bien se cumplieron formalmente hace doce años, no fueron suficientes para seguir manteniendo el optimismo. Los órganos electorales han perdido buena parte de la legitimidad de la que gozaban; los partidos junto con los políticos, están hoy peor calificados que la policía (aunque es seguro que nunca estuvieron en primer lugar en la confianza ciudadana); y la alternancia provocó un desencanto tal que resulta casi imposible disociarlo de la pasividad de la población ante la imposición del copetesaurio.

Sin embargo las cosas han cambiado, para bien o para mal. El relativo cambio del sistema político mexicano -que Cosío Villegas definió a partir de la relación entre el presidente y el partido como sus piezas fundamentales- hoy ya no funciona igual. Tal vez por ello los ganadores de hoy sueñan con revivir los tiempos de Díaz Ordaz. Pero el horno ya no está para esos bollos con forma de dinosaurios. El tigre anda suelto, como dijo Porfirio Díaz antes de subirse al Ipiranga, y no se ve quien pueda meterlo a la jaula otra vez. Habrá que señalar que el tigre de hoy no es amarillo con rayas sino verde olivo. 

Es por eso que considero que la alternancia en Veracruz, si bien no sería un parteaguas de la política del estado, aparece como una necesidad histórica, como una prueba de que los cambios tocan también al territorio heredado por Santa Anna a la jarana y la marimba. Y lo digo porque en otro estado tradicionalmente gobernado o explotado (elija usted de acuerdo a su ideología) por el PRI, como lo es Oaxaca, las cosas parecen alejarse de la modorra política de décadas, al grado de que algunos añoran la mano dura mientras que los menos conciben escenarios inéditos aunque sin soltar las campanas al vuelo.

Lo que se ha visto en Oaxaca es la ausencia de un centro político fuerte, abriendo nuevos espacios para actores político otrora marginados por el partidazo y sus integrantes. Pero además, la población empieza a vivir un mundo desconocido y apenas imaginado en otros tiempos: un mundo sin el PRIcámbrico. Y esa experiencia difícilmente evitará que los oaxaqueños empiezan a pensar en construir nuevas condiciones, nuevas organizaciones, nuevas ideas para enfrentar a los caciques, a las oligarquías, los dueños del dinero que por generaciones han dominado la cuan de Juárez. El sólo hecho de haber derrotado al PRI resulta un desafío, un acto de rebelión, un acto de conciencia y madurez política, a pesar de sus limitaciones, que los maximalistas no dejan de señalar.

Lo anterior no puede ser pasado por alto en Veracruz por los que han vivido montados en el macho por más de cincuenta años y por eso están muy preocupados con la posible y probable alianza entre el PAN y el PRD, aunque declaren lo contrario. Habrá que decir que ante la eventualidad de que MORENA se convierta en  partido político, las posibilidades de que la alianza mencionada sea efectiva se reducen pues buena parte del voto perredista en la entidad se dividiría. Pero aun así, tarde o temprano la alternancia en Veracruz llegará, con sus defectos y limitaciones, y las consecuencias serán imprevisibles pero estimulantes. Y al igual que en Oaxaca será producto de una acto de conciencia, de rebeldía, de madurez política.

domingo, 14 de octubre de 2012

Escribir por escribir: cero y van dos

Alguna vez se publicó un artículo en este espacio bajo el mismo título. En esa ocasión, ya distante, se recurrió a este tópico –aquel de escribir por escribir– a modo de salvavidas, como una especie de recurso de último minuto, pues no pocas veces el diarismo impone un régimen de escritura e imaginación inasequible, impracticable, máxime para quienes procuran la primacía del contenido, en contraste con el mero acto de publicar. No obstante, para esta ocasión la reelección del tema gravita en torno a un interés premeditado, madurado a la sazón del trajín periodístico cotidiano (aún cuando el grueso de las elucubraciones aquí vertidas exhiba un cariz de improvisación). 

En respuesta a la pregunta expresa “¿cómo hace para escribir tan prolíficamente?”, Charles Bukowski, el escritor norteamericano de quien se decía que era un paria en su propio país, replicó (parafraseando): “No hay ningún secreto. Escribo por necesidad. Si dejo de escribir, sencillamente dejo de existir”. Se desprende de esta declaración que la escritura ocupa un rango al lado de cualquier otra actividad humana vital. Escribir es especialmente un medio de expresión, un lenguaje –una comunicación de contenidos–; o más aún, es por sí solo una expresión de la vida espiritual del hombre, y tan sólo ulteriormente un recurso para el autoconocimiento. 

Empero, la modernidad, y más aún su expresión espiritual terminal: el posmodernismo, han envilecido (sin afán de sonar purista) la palabra, llámese escrita o verbal. La escritura, en el presente, se debate entre el ser o no ser, acaso como toda materia orgánica y/u objeto en cuestión: el arte, la técnica etc. En esta era de reproductividad histérica y a escala ampliada, donde lo animado e inanimado se vuelve indiscernible, la palabra escrita marcha hacia un estado de banalización, de masificación –que no divulgación– autodestructiva. Gilles Lipovetsky, sociólogo francés, escribe: “Democratización sin precedentes de la palabra… todos podemos hacer de locutor y ser oídos [o leídos]. Pero es lo mismo que las pintadas en las paredes de la escuela o los innumerables grupos artísticos; cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen por decir, cuanto más se solicita la subjetividad, más anónimo y vacío es el efecto”. Paradójicamente, la multiplicación de los vehículos de comunicación ha conducido a un vaciamiento de la comunicación misma, en donde figura en primer término la escritura. Heidegger tenía razón cuando decía que “la luz pública lo oscurece todo”. 

Atrapada fatalmente entre la naturaleza creadora e inventiva que le confieren los escritores de vocación, y la “reabsorción lúdica [estéril] del sentido” que advierten los sociólogos, la escritura atraviesa un proceso histórico a nuestro juicio clave: una suerte de mutación, tras la cual es incierto si primará la entronización de la trivialidad, o el valor genuinamente artístico e intelectual de la palabra escrita. 

Lipovetsky incisivamente hace notar: “Comunicar por comunicar, expresarse sin otro objetivo que el mero expresar… el narcisismo descubre aquí como en otras partes su convivencia con la desubstancialización posmoderna, con la lógica del vacío”. 

 Cabe advertir que al seleccionar el título “Escribir por escribir”, se procura arrojar luz sobre ese fenómeno que tristemente domina en el ámbito de la escritura: a saber, el encumbramiento de la palabrería en reemplazo del pensamiento.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Los estudiantes indignados se hacen escuchar en Humanidades

Para los que pensaron que el movimiento estudiantil en Xalapa se batía en retirada después del reflujo de las protestas antes, durante y después de las elecciones federales, el cierre de las instalaciones de la unidad de Humanidades de la Universidad de Xalapa el dos de octubre pasado  representa seguramente una desagradable sorpresa. Dicha acción confirma que los estudiantes no quitan el dedo del renglón en su búsqueda por la ampliación y democratización de la participación política en el país y por la dignificación de las universidades.

Inscrito en el contexto de protestas estudiantiles en Chile, España, Argentina, por mencionar los más recientes, el movimiento estudiantil en Xalapa sigue dando de qué hablar.  Y a pesar de las descalificaciones y amenazas, los estudiantes de sociología, pedagogía, historia y antropología sentaron al rector Arias Lovillo para dialogar y presentarle sus demandas en un ambiente de respeto y cordura dignas de los jóvenes universitarios.

La reacción de las autoridades universitarias, en un primer momento, no fue la más adecuada más preocupados por mantener el principio de autoridad que por servir a la comunidad que dicen representar. Con el argumento de que no existía un pliego petitorio definido, el rector simplemente se cruzó de brazos y se atrincheró en una postura común en este tipo de conflictos: no al diálogo hasta que los paristas entreguen las instalaciones. Habrá que mencionar que dicho argumento más parece producto de la ignorancia o de la mala fe ya que, por ejemplo, el movimiento estudiantil de 1968 –hoy integrado a la historia oficial con la esperanza de despojarlo de su naturaleza contestataria y rebelde- no contó con un pliego petitorio hasta casi un mes después del incidente que agravió a los universitarios. Resulta por lo tanto inadmisible que se haya descalificado los estudiantes de Humanidades con semejante argumento.

Otro argumento que se esgrimió para negarle legitimidad al paro fue que eran una minoría; que la mayoría no estaba de acuerdo aunque nunca se organizaron para manifestarse en ese sentido. Se apelaba a una mayoría fantasma, indiferente al conflicto. Sobra decir que los movimientos no dependen de los números sino de los principios y las demandas que promueven. A nadie se le ocurre hoy descalificar las manifestaciones de apoyo al movimiento del ’68 en Xalapa porque la mayoría no se manifestó públicamente en aquéllos años. Al contrario, hasta libros se han publicado recordando la gesta en estas tierras.

El movimiento estudiantil xalapeño confirma entonces que los jóvenes no se van a quedar callados a pesar de la imposición y el reflujo de #Yo Soy 132. De hecho, el paro confirma lo que ya se veía venir: el #Yo Soy 132 en Xalapa –que por cierto no manifestó públicamente su posición con respecto al paro- ha sido rebasado claramente por los estudiantes indignados. Tal vez así se comprenda mejor que el movimiento #132 no está compuesto sólo por los miembros ‘formales’ sino sobre todo por la masa estudiantil y juvenil indignada. Fueron éstos últimos los que engrosaron las marchas y manifestaciones a lo largo del proceso electoral pasado y que están poniendo en práctica un acuerdo general: la lucha no termina con la imposición.

Ante la anomia generalizada, producto del aumento del desempleo y la desigualdad así como la militarización del país, resulta cada vez más evidente que uno de los sectores más dinámicos para expresar la indignación general es el de los estudiantes y jóvenes. Sus demandas lo confirman. No a la simulación; si a la democratización  y dignificación de la educación pública.

lunes, 8 de octubre de 2012

Cuba: germen de la utopía

La información –no pocas veces mal deglutida– que emite la prensa y la mass media en lo concerniente a la vida política-cultural en Cuba, ha dificultado el conocimiento desprejuiciado acerca de la realidad social en el más polémico de los archipiélagos caribeños. Es precisamente está condición políticamente “polémica” que envuelve al caso cubano, la que cancela a menudo la posibilidad de reconocer conquistas humanas que ningún otro país puede presumir. Y no nos referimos a los celebérrimos logros en materia de salud, educación y desempeño deportivo, tan elogiados incluso en los círculos más refractarios y adversos a la política de aquel país. (Glosa marginal: médicos en Cuba acaban de descubrir una vacuna contra el cáncer de próstata en estado avanzado). Estas generosidades harto conocidas, si bien afianzadas con el soporte de la sociedad, se encuadran en una temporalidad sujeta a condición política, es decir, dependen de los vaivenes políticos y bien podrían desvanecerse al compás de transformaciones políticas indeseadas. No obstante, las conquistas a las que aquí aludimos, y que tristemente se ignoran de modo insistente, tienen un alcance ulterior a la política coyuntural. Se trata de objetivos universales que tienen una base cultural sólida y un anclaje civilizatorio perdurable. Nos referimos especialmente a la erradicación del racismo –la discriminación en cualquiera de sus semblantes–, el afianzamiento de la igualdad de género, y la extirpación de la violencia en las calles, divisa infaltable en las metrópolis latinoamericanas.

Ernesto Guevara, con apreciable capacidad de síntesis, vaticinó: “Llegará el día en que la diferencia entre un negro y un blanco va a ser que uno es negro y otro blanco”. En Cuba, este adagio se cumplió. En ese país, tan carente de contrastes socioeconómicos, las familias hacen gala de una diversidad racial-fisonómica sui generis. El melting pot, que demagógicamente presumen los estadunidenses, es una realidad inobjetable en Cuba. Allí no existen los barrios de negros, hispanos, asiáticos, árabes, europeos, segregados socioespacialmente, como sí ocurre en Estados Unidos e incluso en los países pertenecientes a la Unión Europea. A contracorriente con los países de la América del Sur, e incluso con la Unión Americana, los negros en Cuba están libres de determinaciones sociales destructivas: se sabe que más del 80% de los delitos comunes (aunque francamente poco frecuentes) los cometen los blancos. La affirmative action, política estadunidense que más que solucionar el problema del racismo reafirma la incapacidad para resolverlo, es redundante e inútil en un país –acaso el único– que ha abolido efectivamente el racismo.

En lo que concierne a la igualdad de género, en Cuba las mujeres dominan en los ámbitos académico y profesional. En todo caso, la cuota de género podría aplicársele a los hombres, no a las mujeres, quienes visiblemente desempeñan las profesiones que demandan más responsabilidad. El feminismo en Cuba es un anacronismo: la emancipación de la mujer frente al dominio del hombre no es más un anhelo, es una realidad.

En “Escuela del Mundo al Revés”, Eduardo Galeano escribe: “La economía latinoamericana es una economía esclavista que se hace la posmoderna: paga salarios africanos, cobra precios europeos, y la injusticia y la violencia son las mercancías que produce con más alta eficacia”. En el México actual, adscrito devotamente al modelo económico que describe el escritor uruguayo, flagelado por la violencia que engendra esta economía, parece atinado recordarle a los dirigentes, tan enemistados con la política de la isla, que el país más seguro, libre de violencia, en la América continental es Cuba. Alguna vez me comentó un cubano: “Lo mejor de mi país, es que lo puedo recorrer a pie, a cualquier hora del día, sin temor a que me agreda nadie”.