lunes, 17 de enero de 2011

Los cuentos de nunca acabar


Nadie quiere ser náufrago en este mar de ruinas donde nada previene contra el oleaje de la piedra.”

- J.E. Pacheco: “La fábula del tiempo”

Cuando en playas del pueblo encontraba una caracola emocionado me la ponía a la oreja, gozando del cantar del mar apresado en ella, como al llenar el cuenco de mi mano de cocuyos-luciérnagas, y alumbrados por candil hacerlos saltar regalándome brillantes lucecillas verdes en las noches marinas; o al perseguir en el barbecho-parcela los blanquiazules cangrejos corriendo con rapidez para entrar a cuevas de ellos, evitándome: salvación subterránea. Igual que estas rancheras chiquilladas de goce cotidiano, gozaba emocionado cuando mi prima Ema, sentada en la gran roca bajo el almendro, en la noche dejaba caer en nosotros, sentados en rededor suyo, el cuento que siempre acababa: “Había una vez… (In ilo tempore: en los tiempos de María Carlota, más vieja que la historia)… Érase que se era un hambriento coyote en persecución de un conejo, inteligente y sabio, huyendo del desgarrador hocico, y ambos cansados por agobiante persecución de uno, y del otro por salvar el pellejo, llegáronse a orilla de frescas aguas cristalinas de arroyo reflejando luna llena de límpida noche. Dijo el conejo: Mira coyote y señor mío el sabroso queso que te espera en el fondo como aperitivo para que comas mis suculentas carnes. Anda, con pocos sorbos será tuyo como yo lo seré. Y convencido tanto sorbió y nunca llegó al queso, y a punto de reventar, a medio ver el conejo se alejaba de su hocico: feliz saltimbanqui desgranándose en carcajadas abiertas. Y colorín colorado este cuento se ha acabado… Buenas noches, hijos.”

Nadie como Ema para contar cuentos y hacérnoslos gozar y vivir (nunca la modernidad electrónica ¿? sustituirá la boca. Estampamos a los niños en internet, dejándolos en plena soledad humana como cuando les damos juguetes sofisticados dejando al lado la razón del juego: un palo de escoba con bozal de mecate, si se le enseña puede ser Pegaso surcando los cielos, o una lata de sardinas jalada por pita puede ser el tráiler surcando carreteras, o si la muñeca de trapo y aserrín es la hija de tu hija, haciendo uso del juego y no del juguete: propóntelo lector: enseña al niño a jugar). Conjugando sus cuentos orales con lectura de pasquines de color café-sepia que me prestaba María Casas (en otro los describiré por espacio) fue mi entrada a la literatura como los episodios de Telefunque que mamita Sofía prendía para escuchar Chucho el Roto, El Ojo de Vidrio o el Derecho de Nacer: y entré de cuerpo al mundo mágico y recreativo de las palabras orales y escritas.

Para terminar vienen a mí los cuentos de las Mil y una noche, anónimo del siglo XV, árabe: un sultán, por infidelidad de su mujer, manda asesinarla. Decide que cada día se casaría con doncella con quien pasará la noche, y al amanecer victimarla y no ser engañado de nuevo. Tócale turno a Sheherezada y propúsose salvar su vida contando por las noches una historia interrumpiéndola en el amanecer manteniendo vivo el interés del cruel sultán, y con su creatividad, astucia y sabiduría, salvando la vida, recreándole en mil y una noches sus cuentos de nunca acabar.

Y en este país al circo, maroma y teatro de los responsables de la conducta nacional, agregan cuentos de nunca acabar (Sheherezados fallidos: nadie se los traga), lo que daña y no deja ser. ¡No más cuentos! Si no pueden señores de seguridad, renuncien. Déjense de cuentos…

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